¿Fin de ciclo?
- Mgter. Leonardo Otarán

- 3 oct
- 3 Min. de lectura
En el deporte todo parece reducirse al resultado: si se gana, el proyecto sigue; si se pierde, se termina. Pero ¿qué pasa cuando miramos más allá del resultado inmediato? Procesos, gestión y mediación deportiva ofrecen respuestas que el fútbol argentino todavía se debe.

La vuelta de Marcelo Gallardo a River desató ilusiones desmedidas. Muchos hinchas imaginaron que su regreso sería garantía automática de títulos, como si el mejor entrenador de la historia del club pudiera ganarlo todo con solo firmar el contrato. Sin embargo, al no haber obtenido títulos desde su regreso, tanto simpatizantes como medios de comunicación ya dan por terminado su segundo ciclo.
Ni siquiera se habla de una renovación —algo habitual a esta altura de la temporada— ya que su contrato finaliza en diciembre de 2025.
Pero el deporte no funciona con atajos. Hoy la regla general en el fútbol, y me animo a decir que en casi todas las disciplinas, es clara: la continuidad de los procesos está sujeta únicamente a las victorias. El discurso de la paciencia y la construcción a largo plazo se derrumba en cuanto los triunfos dejan de aparecer.
Lo que está en juego no es solo la continuidad de un técnico: se pone en riesgo un proyecto, un estilo y una forma de trabajo que llevó tiempo y convicción consolidar. Reducir todo a la tabla de posiciones es abrazar el exitismo más profundo.
Evaluar un proceso deportivo requiere una mirada integral de corto, mediano y largo plazo. No alcanza con leer un marcador aislado: la clave está en la coherencia entre lo que se planifica y lo que se ejecuta. El fútbol argentino suele caer en la tentación de reducir todo a victorias y derrotas inmediatas, pero para entender realmente el valor de un ciclo conviene distinguir dos planos:
Factores internos: preparación física, prevención de lesiones, gestión emocional, cohesión del grupo, claridad de roles, consistencia táctica, capacidad de reacción del cuerpo técnico, desarrollo de juveniles y acompañamiento personal del deportista.
Factores externos: arbitrajes, calendario, viajes, estado del campo, clima, estrategia del rival, venta permanente de jugadores al exterior, presión mediática y social.
El proceso cobra valor cuando se reconocen aprendizajes, cuando los errores se trabajan a tiempo y cuando las decisiones se toman con datos y con diálogo de calidad. Una derrota no borra un año de trabajo; un título aislado no tapa todas las falencias.
En este camino la mediación puede aportar herramientas muy concretas al trabajo cotidiano de los equipos:
Los espacios de diálogo respetuosos permiten que un plantel hable después de una derrota sin caer en reproches destructivos. La comunicación asertiva y positiva ayuda a que un capitán marque un error sin descalificar a un compañero. La gestión de emociones colectivas resulta clave para bajar la ansiedad en semanas de clásicos o definir cómo encarar una seguidilla de partidos decisivos.
La reformulación y el reencuadre permiten transformar críticas en aprendizajes, evitando que un gesto o una palabra agranden los conflictos.
La escucha activa y la validación garantizan que juveniles, referentes y cuerpo técnico se sientan parte de la conversación.
Y la gestión preventiva de conflictos ayuda a detectar tensiones a tiempo —en un vestuario dividido, en un jugador relegado o en la relación con la prensa— antes de que todo estalle.
“¿Fin de ciclo?” Estoy convencido de que no. Esto puede ser un ejemplo positivo para el fútbol argentino, y para la sociedad por la influencia del deporte.
Competir y esforzarse por ganar es la esencia del deportista, y nadie lo discute, ahora reducirlo todo a la victoria es un error. El verdadero valor está en sostener procesos más allá de un resultado puntual por que fortalecen equipos y ayudan a construir instituciones sólidas que impactan positivamente en nuestra sociedad.
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